sábado, 13 de marzo de 2010

¿Se enamoran los niños?

A menudo, los niños comentan que tienen un novio o una novia en clase. Incluso pueden contar que les han dado un primer beso. Pero los niños no se enamoran. "Antes de llegar a la pubertad, todavía no están preparados biológicamente para segregar las sustancias químicas que regulan la atracción física", explica José Luis Pedreira, psiquiatra y psicoterapeuta en el hospital infantil universitario Niño Jesús de Madrid. Tampoco están equipados cognitivamente para desplegar su potencial afectivo ni llevar a la práctica el concepto de "elección mutua" propio del enamoramiento. "Lo que sí sienten es una inclinación o preferencia por uno de sus iguales, normal en su proceso de socialización, y que en muchos casos, debido a la influencia sociocultural, puede acabar resumida en la palabra novio", asegura Victoria Noguerol, psicóloga clínica especializada en abusos sexuales y maltrato infantil. Ambos expertos coinciden en que, con frecuencia, los mismos adultos que insisten en preguntarle a un niño de cinco años si tiene novia, luego eluden contestar con mensajes claros y comprensibles a sus primeros interrogantes sobre sexualidad.
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A los dos años surgen las primeras dudas sobre anatomía
Según Pedreira, también presidente de la sección de psiquiatría infantil de la Asociación Española de Pediatría (AEP), "una exploración progresiva y guiada de las dudas y juegos sexuales que aparecen durante la infancia ayuda a forjar la comunicación que necesitan cuando llegan a la adolescencia y empiezan -entonces sí- a enamorarse". Pero son muchos los padres que se turban ante estas primeras expresiones de la sexualidad y prefieren aplazar el tema hasta que llega la pubertad. En cambio, permiten que su hija de ocho años pueda elegir sin interponer límite alguno la ropa que más le guste en una tienda o acceder sin matiz ni control al alud de mensajes altamente sexualizados que le llegan a través de Internet o los anuncios publicitarios. Noguerol asegura que para que estos futuros adultos tengan una vida sexual satisfactoria, los padres deberían hablar de sexo con ellos "siempre y de forma continua" y ayudarles a regular sus deseos, así como a descodificar la información que les llega por otros canales.
Pero ¿cómo?, ¿cuándo empezar? "Éstas son las demandas que surgen más a menudo en las sesiones que tenemos con los padres en la práctica profesional diaria", advierte esta psicóloga clínica, directora del Centro Noguerol y supervisora de la unidad de clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). En la respuesta coincide con otros expertos: casi nunca hace falta sentar a un niño para hablar de sexo. A lo largo de todas las etapas evolutivas, los niños obsequian a sus padres con maravillosas y puntiagudas preguntas o escenas que ofrecen oportunidades de intervención. Algunos ejemplos pueden ser de gran utilidad. Imaginemos que Juan y María son compañeros de clase. Tienen seis años. Están jugando a médicos cuando de repente empiezan a desnudarse. La madre de Juan entra en el cuarto y observa la situación, pero en lugar de regañarlos, aprovecha ese escenario improvisado para preguntarles qué están haciendo y entablar una conversación con ellos. Con esta actitud receptiva, los niños van a preguntarle, seguramente, por qué sus órganos sexuales son diferentes o cómo se hacen los bebés.
¿Cómo contestar? "Las respuestas deberían ser cortas, directas y honestas, adecuadas a su posibilidad de comprensión, y contener los elementos de respeto, privacidad, ausencia de culpa e intercambio afectivo, propios de una sexualidad sana", asegura Pedreira. Un niño de seis o siete años está preparado para entender una primera pincelada de cómo funciona la reproducción en los humanos. Pero si a la pregunta se responde que vienen de París con una cigüeña, el menor entenderá que no puede confiar en ese adulto y volverá a indagar más adelante, quizá en otro entorno menos adecuado. "Los niños hacen estas preguntas para tantear si pueden confiar en el adulto", insiste el psiquiatra, que advierte que "hay tres temas que les preocupan desde pequeños: el del amor, el del sexo y el de la muerte". Los primeros interrogantes aparecen ya en torno a los dos años y versan sobre las diferencias anatómicas que observan entre las personas de su entorno. Pero la sexualidad se manifiesta en todos los estadios evolutivos, y los juegos de médicos o las primeras masturbaciones son, añade Noguerol, "pura exploración sana", que requiere que el adulto detecte cuando se hacen demasiado persistentes o enseñe a respetar los límites de la privacidad.
Hasta los 10 años, el entorno familiar del niño es el que modela este proceso evolutivo y constituye el modelo del que se nutren. Por eso, Noguerol subraya la importancia de que "los adultos den ejemplo, con mensajes de una sexualidad incorporada como expresión saludable de sus actitudes afectivas, y eviten turbarse o dar respuestas evasivas, porque lo que se oculta puede convertirse en un factor de riesgo". "Cuando el niño ha podido explorar todos estos temas con naturalidad y sin culpa, llega a la adolescencia preparado para confiar en sus padres, en su pareja y, no menos importante, para respetar los deseos del otro", afirma Pedreira.
Un estudio reciente, publicado en la revista Pediatrics de la Academia Americana de Pediatría (AAP), evidenció que muchos adolescentes tienen poca o ninguna comunicación con sus padres sobre sexo. Los autores alentaban a los padres a iniciar este intercambio antes de la pubertad.
Noguerol asegura que buena parte de los adolescentes que ya han tenido sus primeras relaciones sexuales expresan en la consulta un grado de satisfacción muy bajo con estas experiencias, acompañado de una enorme frustración "por una sensación de haber empezado demasiado pronto, sin haber tenido el suficiente tiempo para explorar la sexualidad, arrastrados por la presión del grupo". Esta psicóloga clínica insiste en que "tan importante como la formación y la información sexual es la educación en el conocimiento de los límites de sus conductas". Una de las demandas que reciben en la terapia tiene que ver con una dificultad a poner límites a sus actitudes verbales, a veces incluso violentas. La psicóloga advierte que empezar a enseñarles entonces a regular sus deseos y sus frustraciones puede ser demasiado tarde.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Otra vez sera!

Este negocito no le salio bien al chapo guzmán.,click letras en ingles
Stuffed" drug dealer car

cocaine_01



Es cierto,estamos jodidos!

El catálogo de las grandes personalidades mexicanas, vista la frecuencia con la cual son mostrados en los horarios prime time de la televisión mexicana, incluye a "El Pozolero" y a "El Muletas", al "Teo" y al "Más loco", acompañados de "El Jabalí" y "El Barbas", y de "El Chapo", "La barbie" y "El Talibán". También tienen nombres propios, pero esos apelativos no importan a nadie. Los alias son los que le dan sabor y sentido a México en estos tiempos, en los cuales se viene acuñando un nuevo lenguaje como subproducto de la guerra contra el narcotráfico.


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En los medios de comunicación se encuentra el espejo de ese lenguaje. Claro, es que como dijo el entrenador de la selección mexicana de futbol Javier Aguirre, en este país "estamos jodidos" por la inseguridad y la violencia, desatada por esos "hijos de puta" (los criminales), como los describió con una gráfica oratoria ejemplar el historiador Héctor Aguilar Camín, mientras el ex presidente Vicente Fox acusa a los gobernantes de México de estar "echando la güeva". Uno podría rematar, como escribe cotidianamente Marcela Gómez Zalce, una de las columnistas más leídas del periódico Milenio, con la afirmación: "Chingón".

Tal para cual. La delincuencia organizada bautiza con todo tipo de apodos a sus jefes y sicarios, y las clases ilustradas y aquellos que impactan en la opinión pública mexicana le añaden condimento al vocabulario de imágenes, sensaciones y emociones que está dominando la vida pública nacional. "Al diablo", parafraseando al ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, los recursos dialécticos. Es como si la frustración hubiera agotado a las mentes más lúcidas, que prefieren la palabra altisonante al diálogo, o que escogen la diatriba por encima del argumento, y que se acomodan en el carril de la moda donde lo coloquial y lo más ruidoso es más exitoso.

El lenguaje, que es el sistema de signos y reglas a través del cual expresamos y representamos nuestras ideas del mundo, "se fue a la chingada", como dice Brozo, el payaso que da las noticias matutinas en uno de los canales de Televisa, y que en alguna época se convirtió en el "comunicador" más creíble de la televisión mexicana. Nosotros, que de tan solemnes somos aburridos y a veces hasta ridículos, rompimos con nuestros tabúes orales desde que el programa de "Big Brother" institucionalizó la palabra "güey", que siempre había sido prohibida por los buenos modales de la sociedad, en una divisa de uso corriente del lenguaje cotidiano. ¡Fuera los pruritos!. "A darle en la madre", en palabras de Fox -sobre otro tema- a la comunicación ordinaria.

La palabra "güey", que estaba restringida a las conversaciones privadas, se socializó y se volvió en el todo. La usamos para saludarnos -¿cómo estás güey?-, para autocriticarnos -soy un "güey"-, para atajar críticas o acusaciones -yo no fui "güey"-, y hasta como exclamación -¡ay "güey"!-. Era una expresión entre los jóvenes, cuyo vocabulario comprende 200 palabras -contra las 20 mil que utilizó Carlos Fuentes en su novela La Región Más Transparente-, pero que transitó aceleradamente a ser palabra infaltable de la comunicación entre los mexicanos.

No es la única. Muchas veces no utilizamos palabras para expresar nuestro asombro, nuestra molestia, nuestro azoro. Mejor decimos "estáca", que es un apócope de "está cabrón", que antes se utilizaba coloquial, pero no socialmente, para describir una situación complicada. Ahora, la usamos como sufijo para mantener una conversación sin interrumpir a nuestro interlocutor -estáca-, para afirmar lo que dicen -síca-, o igualmente para negar -noca-.

Las palabras soeces ingresaron a los hogares mexicanos y pueblan sus escuelas, trabajos y calles. Existe un blog, hazmeelchingadofavor.com, que realizó un análisis de sus posts durante tres años, en los cuales encontró que 67.000 de ellos utilizaron un derivado de "chingá", 33.000 emplearon la palabra "pendejo", 21.000 se refirieron a alguien masculino como "cabrón", y 19.000 le dijeron a una dama "puta". Ante el fenómeno peculiar en el hablar mexicano, Consulta Mitofsky hizo una encuesta nacional de la que resultó que los mexicanos utilizamos 1.350 millones de palabras altisonantes para comunicarnos entre nosotros. Esto significa que, entre los mayores de 18 años, se utilizan para el intercambio deliberativo al menos 20 veces por día y, no sin sorprender a muchos, resultó que entre más ingreso se tiene, menos recato existe para proferir obscenidades.

Los académicos mexicanos han levantado la voz ante lo pernicioso del fenómeno de moda, pero no parece que hay muchos que los escuchen. Por el contrario. Como dijo en un seminario el año pasado el ex director del Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana, Arnulfo Herrera, si bien la pobreza del lenguaje entre los jóvenes está asociado con su baja lectoría, también es la influencia de los medios de comunicación. Y en los medios de comunicación, "joder" el lenguaje es un must, apoyados en que hay un creciente número de políticos e intelectuales que han comenzado a utilizar ese tipo de palabras para expresarse ante la opinión pública.

Hay periodistas que piensan que no hay nada de qué asustarse, y que si las figuras públicas así hablan, pues así hay que registrar sus dichos. No hay límites hoy en día en los medios mexicanos, por lo que si cada vez más actores sociales y políticos se expresan con palabras altisonantes, cada vez hay más medios que recogen sus palabras. Es un círculo vicioso en el cual están cayendo los periodistas, pues políticos de bajo nivel han visto que entre más onomatopéyicamente hablen, más garantías tienen de que su sound bite alcance los muy escuchados noticiarios de radio y los informativos de televisión.

Cambiar esa dinámica sería lo de menos, pero no solucionaría el problema de fondo. Los comunicadores y los periodistas, como sujetos que son de comunicación, diariamente están creando estructuras de mensajes que forman a través de sus diferentes expresiones verbales. Hoy en día, esas estructuras abusan del lenguaje soez y coloquial, que de acuerdo con los expertos en estos temas, generan la transmisión de un lenguaje frívolo que, a su vez, va reduciendo la capacidad analítica al reducir el trabajo de la mente y estimular las emociones.

El mundo está poblado de símbolos, y estos se entienden a través del lenguaje. Pero si el lenguaje ni los ordena, ni les da un sentido, ni los interpreta, tampoco contribuye al proceso de razonamiento de las personas, con lo cual no tendrán las herramientas suficientes para relacionar las ideas que necesitan para alcanzar conclusiones sobre los diferentes temas que les preocupan cotidianamente. Este fenómeno que si bien no comenzó con la guerra contra el narcotráfico, sí se ha potenciado como resultado de la frustración y la impotencia de que las ideas no han tenido la suficiente fuerza para persuadir a una sociedad incrédula y cada vez más beligerante.

Esta realidad se convierte en un problema nacional, dado que hay voces por todos lados que están pidiendo que se eleve el nivel del debate, que la discusión se centre en el choque de ideas, que se contrasten argumentos, que se utilicen todos los recursos retóricos posibles para inyectar racionalidad a una discusión que signifique y tenga significado. Pero quienes más lo piden, más lo impiden. Juguetones siguen nuestros políticos y nosotros mismos en la trinchera de la comunicación, llevando el lenguaje a niveles crecientes de pobreza que conducen, invariablemente, a un pensamiento confuso. Aunque, como dice a propósito de cómo va funcionando su alianza electoral para gobernar el pequeño y pobre estado de Hidalgo, la folclórica y muy popular Xóchitl Gálvez, "vamos a toda madre". O sea, si así estamos contentos, para qué pensar en complicarnos la existencia.

Raymundo Riva Palacio es director del portal www.ejecentral.com.mx